Por: Alan González Salazar
Fuimos comunidad gracias al testimonio, a la representación de lo que veíamos. Desde entonces la conciencia de existir nos es problemática. La técnica, siempre efectiva, perfeccionó sus mecanismos hasta desembocar en lo que hoy tenemos como humanidad; con certeza escribió Dostoievski que todos somos responsables de todos. Así convivimos de forma sincrónica con los hechos primigenios que animan y sostienen los modernos. Nuestro eterno retorno es hacernos de nuevo a la humanidad. Si nos dejamos al olvido, podemos fracasar en el intento y quedar reducidos a algo peor que animales. Tenemos pues que la representación es energía del espíritu ¿Cómo escapar de los sentidos? Saber interpretar, formarnos, estudiar los símbolos que nos son secretamente íntimos. Científicos, tecnócratas y los artistas lo anuncian: quien domina los símbolos engendra poder. La sociedad se encuentra condicionada por sus “modelos de realidad” y en ellos nos jugamos la vida. Quiero confesarlo, se debe estimar el pensamiento reaccionario: poner en cuestión los fundamentos que le dieron origen a los hechos que nos someten, hacer extensiva la conciencia en la que se reflejará posteriormente la sociedad, he aquí un motivo para el arte. Gracias a ese desgraciado de Gutemberg, allá en el moderno temprano- como bien se sabe - fue posible la primera tecnología de masas. Su imprenta transformó por completo la manera de habitar el universo, se podía dar por muerta la filosofía idealista, el monologismo oficial; circulan las ideas entre los hombres y se ponen a prueba.
De esta forma se llega a la novela como uno de los artefactos culturales mejor dotados a la hora de reunir los elementos contradictorios y al parecer irreconciliables del hombre, la lucha épica en la que se resuelve su realidad fatal, es decir, la idea de “ser en el mundo” es imaginación y la novela es su vivo espejo. Nada más caótico y violento que las personas sean lo que imaginen ser, esta suerte de proyección interior equivale a la totalidad del mundo, que raya en el solipsismo. La literatura juzga con precisión tal espejismo, se sirve de los elementos puros de la conciencia para sugestionar y revelar de esta forma, en el acto del distanciamiento, la naturaleza de nuestras pasiones, los alcances de la voluntad; es testimonio, pues nombra lo que es digno de ser recordado, como decíamos en un principio, y hace surgir de la realidad lo fantasmal que en ella se oculta, los espectros de la historia en palabras de Derrida; la literatura enseña el valor de la compasión, a creer que todo es posible en los sueños del mundo, en suma, nos consuela de las brutales exigencias de la vida cotidiana.
No es por demás que abunden los estudios en torno a los usos terapéuticos del arte. Hago un aparte. No me hubiese liberado de adolescente, esa etapa en la que se abre las miserias de la vida, sin la salida de emergencia hacia la biblioteca, en la que descubrí a los clásicos: ¡Qué mejor castigo por mi rebeldía! Quería entender la angustia sorda, la desesperación enraizada en mis venas y ello sólo era posible a través del conocimiento. Quería evadirme de las relaciones de poder, de su violencia que estropea los mejores talentos. Las instituciones creadas para la clase media trabajadora son los peores centros de reclusión, quien no se resigna está perdido, es la norma en la siempre desigual lucha de clases. En fin, entendí que el arte nos prepara para esa angustia que nos causa la libertad, los impulsos primitivos se equilibran y germina lo que hay de humano en el humano: su inteligencia, el nouxgriego, sin deber ni propósito, que al ser arbitrario y dependiente de sí mismo, que puede juzgarse; y no nos basta con esgrimir conceptos filosóficas, suficiente con referir la experiencia, de la cual se nutre y a la que devuelve sus frutos. Refracta la vida pero corregida. Para la literatura el mundo es un malentendido.
Don Quijote en un grabado del artista Gustave Doré (1857)
Los escritores nos hablan desde un umbral, la fisura abierta por el primer hombre, donde es el Tiempo el gran tema, el tiempo inmaterial, como en la música y la fascinación por su ausencia, ensueño en el que se embota la mente hasta confundir los fenómenos. El Quijote, Las Meninas de Velásquez, son arquetipos de esta paradoja: Es otra fábula la historia y en vano se podrá desmitificar. Sobran ejemplos de personajes que sufren lo que se ha dado en llamar las catástrofes de la lectura, ya que la ficción se desarrolla en un tiempo de crisis, bajo la lógica fantástica del sueño, en el fondo último, en la incertidumbre donde resplandece lo extraordinario: Asistimos a la invención de lo humano por parte de la literatura. Surge, como lo explica mejor Bajtín, del deseo de introducir lo excepcional en lo cotidiano, de fundir, según el principio romántico, lo sublime con lo grotesco y llevar los fenómenos de la realidad cotidiana hasta los confines de lo fantástico.
El artículo anterior hace parte del espacio brindado por Portafolio Cultural para docentes y estudiantes de las diferentes universidades del país, por lo tanto, las opiniones expresadas por los escritores son de su responsabilidad, no representan ideas o pensamientos de Portafolio Cultural, sólo hace parte de la diversidad de opinión y el pluralismo cultural.