El nuevo director de la policía nacional, general Rodolfo Palomino, imagino que en un arrebato de amor institucional o tal vez en un ataque de felicidad por su reciente promoción a ese cargo, despide o saluda cada entrevista radial con el lema que aparece en el escudo de la entidad a la cual pertenece: dios y patria; lema justificado en que tales palabras “son al mismo los dos más grandes valores, Dios: el amor perfecto, la generosidad absoluta, la justicia plena, y la Patria: la tierra de nuestros antepasados; la tierra de la heredad; la tierra de nuestro arraigo; la tierra que nos pone en contacto con un presente que tenemos que asegurar, y por un futuro que debemos conquistar".
Este saludo sagrado y patriota hace alusión, a mi juicio, a una de las más perversas combinaciones posibles inventadas por los seres humanos para validar un estado de cosas que beneficia a unos cuantos y lanza a la guerra al resto; dos ideas, “valores”, que no solo expresan mentiras tan grandes como catedrales sino que además enmascaran la realidad con el melifluo sonido de trompetas celestiales y marciales al unísono.
Y es que en nombre de ambos “valores” se han ejecutado las más grandes masacres de seres humanos en el mundo, las persecuciones más feroces y sangrientas, las torturas más dolorosas e infames; dios y patria, ambos “valores” no por casualidad patriarcales, han creado también las barreras más infranqueables entre los seres humanos, han edificado muros invisibles para segregar, controlar y eliminar, y finalmente asegurar, para unos autoelegidos el dominio sobre todo lo terrenal in saecula saeculorum.
Cualquiera sea el nombre que se le asigne a dios, cualquiera sea el nombre de la patria, uno y otra, se instituyeron con el objetivo de justificar, mantener y perpetuar un estado de privilegios fuente inagotable de desigualdades, injusticias y toda clase de arbitrariedades, es decir, con el fin único de legitimar aquello que no tiene de otro modo justificación alguna.
Dios y patria están manchados de sangre, llevan la huella de la muerte, arrastran una larga y ya perdida cuenta de infamias, ultrajes y holocaustos, cometida contra millones de seres en el mundo. En su sagrado nombre se han ejecutado las más viles acciones, las mayores injusticias imaginables, las más horrendas catástrofes. En su nombre se ha subyugado, mentido, engañado, manipulado y traicionado al pueblo una y otra vez. Con ambas ideas, sus adalides y apologetas, se han aprovechado de las carencias, urgencias y necesidades de la gente para seducirla y sujetarla con sus garras. Con ambas ideas se ha exacerbado hasta el límite la irracionalidad y se ha jugado con la emoción y el sentimiento humanos para ganar adeptos incondicionales a su verdadera causa, la dominación absoluta.
Ni dios ni patria, a pesar de que lo prometen, han traído jamás libertad y justicia para todos, muy por el contrario, bajo sus banderas los seres humanos han sido despojados de estas virtudes y sometidos a una esclavitud que si bien no impone cadenas de hierro, pone en su lugar unas más sutiles e invisibles pero más pesadas y difíciles de romper, cadenas que atan de manera más fuerte la voluntad y autonomía humanas. Todo ello con el agravante que los dos “valores” de marras jamás resultan lastimados después de sus resultados adversos; ni la muerte ni la esclavitud ni el horror de los genocidios y horrores perpetrados en sus nombres, han tenido los efectos que estas mismas acciones han tenido cuando se han cometido en nombre de otras ideas no amparadas bajo el manto sagrado o patriota, manto que los hace inmunes a las evidencias y los protege de las denuncias y ataques pues se hallan arraigados fuertemente en la mente de todos gracias al persistente trabajo ideológico al que hemos sido sometidos, impuesto por quienes usufructúan sus beneficios.