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La homosexualidad, una opción para respetar y proteger



La homosexualidad, una opción para respetar y proteger

 

Por 
Gloria Inés Escobar
Licenciada en Español y Comunicación Audiovisual.
Magister en Comunicación Educativa.

 

 

La homosexualidad no es una relación nueva entre los seres humanos, así que no es producto de nuestra contemporaneidad tan señalada por su decadencia y pérdida de valores; tampoco es una enfermedad ni una epidemia como bien lo ha señalado desde hace mucho la comunidad de siquiatría de diversos países; de igual modo no es una conducta aberrante, marginal ni extraña, también la historia tiene aquí evidencias a millón de este tipo de relaciones, incluso como se sabe en muchas culturas la homosexualidad ha sido promovida; finalmente la homosexualidad no es un comportamiento anormal, hace parte de la diversidad del género humano, es simplemente un modo más en que las personas deciden vivir el afecto y la sexualidad.

La homosexualidad es algo natural aunque se nos enseñe lo contrario. En efecto, si entendemos por natural aquello que no es producto de la coerción y la imposición, es decir, aquello que no es forzado, que viene ya dado por la naturaleza, que florece de manera espontánea, que no es provocado por el ser humano sino que está en él, entonces la homosexualidad no tiene nada de antinatural. Cuando las personas deciden de acuerdo a sus preferencias, a sus deseos, a su voluntad establecer relaciones sexo-afectivas con congéneres de su mismo sexo, no están yendo en contra de la naturaleza, están ejerciendo el derecho que tienen de hacer uso de su autonomía como seres humanos que son.

Resulta difícil pensar y creer que alguien se ”convierta” en homosexual, viva y disfrute esta relación obedeciendo a un mandato; no creo que los millones de homosexuales que en el mundo son y han sido, vivan de esta manera porque se han visto forzados a hacerlo, no, la mayoría de ellos eligen seguir sus impulsos y deseos los cuales no son los mismos, ni tienen por qué serlo, de aquellos que disfrutan la heterosexualidad y deciden vivirla y gozarla.

Por supuesto, defender la homosexualidad como una opción que se debe respetar y proteger, presupone la premisa de que el sexo no se practica solo para la reproducción de la especie, función biológica primaria, sino que éste cumple principalmente para nosotros los humanos, una función erótica, definida por expertos como la búsqueda consciente del placer y entendida por la ciencia como el culmen evolutivo de la sexualidad humana. Desde esta perspectiva el ejercicio de la sexualidad humana no admite su adscripción a una categoría única, válida y natural, la heterosexual, como quiere imponerse, y frente a la cual la homosexualidad queda por tanto reducida a su contrario, no válida y antinatural.

Forzar de esta manera la realidad no trae más que desdicha y mucho dolor para quien descubre que su orientación sexual no coincide precisamente con ese modelo artificiosamente impuesto en nombre de un derecho natural que no existe. Para acercarnos un poco al drama que esto supone recomiendo la lectura de un hermoso y desgarrador libro de Marguerite Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate. El título precisamente nos insinúa la futilidad de luchar contra lo que se siente, contra lo que se es. El texto narra de manera magistral los sentimientos y el dolor que atraviesa una persona, Alexis, al intentar “cuadrar” en el molde que una sociedad llena de prejuicios impone como normal y válido.

Los Alexis no deberían existir ni tampoco esas luchas contra sí mismos que muchos en su afán por ser aceptados, de sentirse normales, de no ser discriminados, libran íntimamente y en soledad. Esa energía y ese esfuerzo perdidos en una lucha totalmente infructuosa no deberían tener cabida, no debe condenarse a nadie a vivir un infierno porque sus preferencias no coinciden con lo que de manera arbitraria se ha establecido. No olvidemos que tanto los ministros de las más grandes religiones como los más encopetados y respetuosos ciudadanos que reprueban las relaciones homosexuales y que pretenden erigirse en los orientadores morales de la sociedad, utilizan un doble patrón para vivir: condenan en público lo que muchos de ellos practican en privado.

De seguro nuestra sociedad sería mucho mejor si se dejara a un lado tanta hipocresía y gazmoñería, si nuestra conducta estuviese regida por los dictados de una moral laica y de fundamento científico y no por una sustentada en creencias y prejuicios e impuesta por instituciones y seres que, con o sin levita, pretenden ser los portadores de verdades incuestionables que, dicho sea, no resisten el más mínimo juicio de la razón. 

 

Foto: Olivia Häggqvist

 



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