Quizás para muchos sucede que cuando se habla de arte surjan más interrogantes que respuestas, y esto ocurre en buena medida porque a nuestra gente, en momentos de neocoloniaje, se le ha querido quebrantar la dignidad de la manera como a gran escala se le infringe la soberanía a la nación.
Cuando esto tiene lugar, los ojos de algunos hombres se cierran y sus obras se ciernen como por entre las hendijas de la ignominia, en su reemplazo, son depositadas prácticas con rumbo “hipodérmico” que hacen renegar de la piel de nuestros orígenes, raza, color y función común de las mismas, tales acciones que pueden ir desde el enclaustramiento de la maravilla estética del artista, hasta la supresión de los intereses criollos por los foráneos, terminan por introducir una “dinámica de pauperización cultural”, por ende es apenas explicable que surjan interrogantes al hablar de arte en épocas contemporáneas, los cuales son producto más bien de la confusión propia en la que cae cualquier comunidad o país cuando es invadida y su cultura es reemplazada por la de los globalizadores.
No obstante sigue habiendo quien recuerde las respuestas en medio del dubitativo panorama, llamando, desde distintas partes y formas, a resistir los embates del colonizador, una manera será recuperando ‘el sentido y función social del arte y el artista en época neocolonial’ y es la que con entera satisfacción compartimos en las páginas de la presente edición, gracias a la virtud de la artista Betty Gutiérrez Flórez de quien nos corresponde decir, tomando sus palabras, tiene claro a su país.