“Desplegamos los mapas de todos los sueños
nos volvemos a encontrar en un punto
entre San Cosme y San Damián”
La vía intangible, transportadora de ondas sonoras manejadas por las pretensiones de un artista, están maleteadas por lo general con una carga emotiva, unas intenciones predeterminadas en búsqueda de la subjetividad musical de un determinado grupo. Cada vez que el “yo” como factor receptor (supongamos una canción) se aparea con la idea colada sobre mis sentidos, percibo ciertas unidades (aunque no únicas) como la interpretación, (que puede ser la voz), el ritmo (digamos los instrumentos) y el mensaje (que puede pasar por las letras, ¡sin ser una idea formal!). Este pequeño mundo que me llega sin poder soslayarlo al menos en primeras instancias, es la “hoja de vida” psico-emocional que digiere o eructa mi inconsciente proveniente de un artista o una canción en especial.
Cuando ese suceso dual llegó a mi estomago musical, vaciado por uno de los (ex) Héroes del Silencio, me di cuenta que aquella definición arquetípica que tenía de una de las voces más representativas del Rock en Español con su fuerza izquierdista, con las imágenes oscuras, ápice de un mundo excusable de cosas triviales que se vuelven fundamentales ,(Opio) de superfluos deseos en la subjetividad inevitable de una búsqueda de otredad, de pasiones desmesuradas dibujando garabatos de mis fantasías; (la chispa adecuada) esa órbita se hibridaba con otro universo no menos personal de un artista que cohibía algo por contar cantando y que ahora, como solista, con sonidos latinoamericanos y un tanto mediterráneos, licuados con jazz y ritmos de principios de siglo, intenta calcar en notas un doloroso reproche racional exaltante de dualidades emocio-aberrantes que se ocultaban tras la apasionante sensibilidad frívola del rock. Héroes del Silencio, una banda ambigua con letras profundas que hacen homenaje a leyendas del rock, y también a poetas como Luis Cernuda y Charles Baudelaire, lograron dejar huella en las autopistas del Rock, sin embargo en Bunbury, su oscuridad permanece en grises latentes pero su carga inquietante lo ha convertido en una de las cuerdas vocales rockeras más emotivas y andróginas de la actualidad. Esta dualidad lo hace pasar por un momento de figuras infantiles diagramadas por la instrumentación de una cuna de dolor, de adiós, como en la suicida canción “Y al final”, o aquella excelente canción de matices cabareteros de los años 30 “De mayor” donde Bunbury describe una descabalada sociedad que convierte en bebes grandes de la cotidianidad mecánica a individuos caricaturescos. Esta dualidad es quinésica también, sus gestos y facciones en videos y conciertos son criticados sobre todo por los antiguos y exigentes amantes de Héroes, catalogándolo como exagerada gestualidad afeminada y anclaje en la desventurada fama que lo ha llevado como muchos otros reconocidos artistas a componer con un frenesí comercial. Sus temas más reconocidos en la actualidad provienen de la exaltación del doloroso tema del amor sucumbido al desprecio por tan melifluo y solitario tema, al parecer por una característica parida de una nueva generación que opta por ya no darle relevancia trascendental al mal del hombre dependiente del amor, pero sin poder aún desprenderse de él, es un “te amo” por ahora y qué más da, es un te quiero sin importar quererte.
Su característica medio maniaca y mímica, la expresión particular de sus manos sobre su caótico pelo no ha cambiado, la pasión con que envuelve una oración en las letras de sus canciones aún después de quince años sigue vigente. Enrique Bunbury es sin lugar a dudas un artista incierto, tornadizo, es uno de esos personajes que han podido satisfacer sus deseos como artista, que optó por no sucumbir ante sonidos extranjeros, y no sólo de espacio; culturas, países, sino también de tiempo, se embarca en un repertorio de diversidad de sonidos de la historia y hasta de algunos colegas. Después de una irreprochable fama y respeto que le otorgaron los seguidores de una de las mejores bandas que ha parido el Rock en Español, se generó una gran incertidumbre del porvenir de su carrera como solista, nadie esperaba tal cambio, cuando el disco “El viaje a ninguna parte” logró tal reconocimiento por el mundo de la música se comprendió que Enrique Bunbury era otra cosa, que no se podida comparar con sus antecedentes, para muchos se convirtió en un bullicioso anti -Héroes, para otros tantos sólo prolongó sus pulmones para seguir exhalando ambigüedades e inhalando hierva desinhibida, para otros más nació un nuevo artista sin género, un “circo musical”, un personaje que se zarandea por una diversidad de sonidos, un cantautor polifónico, un hibrido musical. Esta dualidad de gusto hacia este personaje sólo puede ser resuelta por la digestión musical propia. Lo cierto es que es un gran equívoco compararlo con su pasado, y escucharlo desde su cualidad dual, sobre todo en tiempos tan desérticos de buena música.