Según las últimas investigaciones sobre las migraciones humanas, la primera ocurrió hace dos millones de años, con África como origen y Euroasia como destino final. Los hombres primitivos empezaron a ocupar estos lugares, estableciendo los primeros asentamientos humanos de emigrantes.
El primer éxodo del hombre rural debió ocurrir hace alrededor de 10.000 años a raíz de la construcción de las primeras ciudades conocidas como Eridú, Jericó, Urúk, etc. En ese tiempo el hombre ya tenía conciencia-de- Diosy esto provocó grandes cambios en su concepción del mundo. Tomó la decisión de renunciar a vivir en grandes extensiones de tierra para ubicarse en pequeños espacios, a cambio de sentir el placer de vivir nuevas experiencias de socialización, compartiendo la vida con otras tribus (hoy barrios o comunas), cuya condición para la buena convivencia, era la de exponer a la comunidad los valores culturales de cada tribu y permitir, sin mediar confrontación, vivir bajo un nuevo régimen, que resultaba de un sincretismo cultural el cual ofrecía creencias, valores (buenos y no buenos), sueños y nuevos tiempos; a los que todos los participantes de esta nueva comunidad - organizada y clasificada –eran sometidos por el nuevo poder pluricultural; en el cual sus líderes máximos hacían prevalecer, en su moral, las decisiones fundamentales; lo que los llevó a ser forjadores de las primeras desigualdades sociales, las mismas que aún no hemos podido superar.
Hace aproximadamente 3.500 años la humanidad vivió una nueva migración, cual fue, la salida de Egipto de más de 600.000 personas lideradas por Moisés y por Aarón, su hermano (verdad histórica para nosotros los creyentes). Estos dos hombres llevaron, por mandato de Dios, las doce tribus de los Hijos de Israel - y luego de un largo peregrinar por el desierto y con la ayuda de Josué - a habitar la tierra de Canaán; tierra que el Dios Único, el Todopoderoso, le había prometido, muchos años atrás, a Abraham, El Patriarca.
El último éxodo del hombre rural inició a finales del siglo XVIII en Manchester, Inglaterra; luego del inicio de la Primera Revolución Industrial, consolidada por el mejoramiento de la Máquina de Vapor que hizo James Watt y que impactó y aceleró todos los procesos productivos. Este éxodo no ha cesado y ocurre en la actualidad simultáneamente en todo el mundo, alcanzando niveles de ocupación urbana del 54 % y con un estimado por las Naciones Unidas para el 2050 del 66 % de seres humanos aglomerados en las ciudades. Para el continente americano la estimación de las aglomeraciones humanas en las ciudades ronda el 90 %. Las causas probables de este comportamiento humano son múltiples y complejas, pudiendo generalizar algunas: políticas, socioeconómicas, religiosas, familiares, intelectuales, etc; y en todo caso, un deseo instintivo del hombre, de renunciar a algún desequilibrio que considere que el entorno le plantea.
Debido a la evidencia de grandes problemas sociales mostrados por las aglomeraciones urbanas como la de Tokio, Nueva Delhi, Shangái, México D.F, Bombái, El Cairo y Nueva York, por dar un ejemplo; que incluyen: inseguridad, falta de empleo, epidemias, escasez alimentaria, movilidad lenta, servicios insuficientes de salud y de educación; que impiden al hombre obtener el bienestar al que fue dispuesto y en el que vive su imaginario del desarrollo ideal. Para revertir las consecuencias negativas de este éxodo del hombre rural, no deben bastarnos las cálidas palabras de nuestros dirigentes, y candidatos a dirigentes, que nos venden, a buen precio, un paquete de Socialismo Utópico. Debemos desconcentrar el desarrollo de las Megaciudades, estimulando mejores condiciones de vida de las poblaciones y de las ciudades intermedias, provocando y priorizando la ejecución de proyectos productivos y educativos regionales que involucren, sin falta, a los pobladores rurales y que reconcilie al hombre-destructor con la tierra generosa.