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Anotaciones sobre el amor
Sábado 21 de Junio, 2014
Alan González Salazar


Anotaciones sobre el amor

 

 

Por: Alan González Salazar

 

Desde niño sueño un rostro y lo busco donde quiera que voy. Puede tener trece  años y llamarse Beatriz, la busco. Paso el Aqueronte, mil infiernos y no olvido su  rostro dormido. En la línea del silencio de sus labios, pierdo la cabeza.

¡Arder en la sangre! ¡Quién puede ocultar que el amor y la muerte van de la mano!  Se pasean, con preferencia en la oscuridad, como criminales. El mito del amor,  el mito de Cupido, sugiere no revelar la identidad al ser querido. Nos ofrecemos  máscaras que sueñan en la vigilia del deseo. Sueñan cuerpos redondos y  absolutos, cuerpos que caen y chocan contra las paredes de sábana y cielo.

Sueñan como Borges, un corazón. Porque algo nos duele en el pecho cuando  amamos, una mariposa que se abre, vivirá un día, quizá dos noches.

Puede ser una enfermedad, un engaño de la naturaleza: la vida se impone sin  moral alguna y quien la racionaliza comete un genocidio. “Vámonos, cuervo, a  fecundar tu cueva”. Vamos, es el azote del deseo, vamos ¿dónde? ¡donde sea!  Vámonos, el mundo necesita ojos para ser contemplado.

Se cree, no sin ingenuidad, que nunca se es demasiado viejo. Pero este mono  desnudo cuenta - en comparación con otros animales - con pocos años para amar;  debe propender por no equivocarse, lo cual precipita la desgracia, la cara trágica  de su soledad cósmica. Los genes quieren repartirse y repetirse al menor tiempo,  por lo que inventan encuentros imprevistos.

Hay quienes se quedan en la invención, no avanzan, se suspenden... Hay quienes  adoran el vértigo; entonces la mente se enferma, la mente quiere un cuerpo, lo  alucina con valores que repele la vida práctica, quiere aquello que sólo puede  existir en la imaginación, en el simulacro, en el mercado.

Según Jung, se puede afirmar que la libido es interés. La libido se encuentra en  todo lo que despierta nuestro interés, concentrarlo puede resultar neurálgico.

 

Ilustraciones: Edwin Morales

 

Se apela pues a la conciencia un principio de realidad, aunque el placer quiera  infinitud.

Las cuatro principales religiones del mundo son misóginas. La mujer deviene  castigo para el hombre - aunque sucede lo contrario – y esto se debe tal vez al  hecho inconsciente de la preservación; se debe acumular para evitar la escasez  y la mujer representa la pérdida, no sólo de la energía vital, sino de la razón, la  economía. Desajusta los engranajes del tiempo, se hace Troya, la acompaña  la discordia. Vence un ejército, la mujer, la mejor amiga del amor; pero él viene

con la muerte a renovar el ciclo. Su encanto no se extingue, los mismos dioses  la han dotado de armonía y goce. El reino de la mujer es de este mundo. Así, es  de esperarse que el hombre le tema, la castigue, funde instituciones, cree mitos.

Nunca podrá vencer la superioridad de la mujer, la belleza es femenina; si no fuera  condicionada por sus hormonas cada mes, sería implacable. No hay tregua.

Cuando se supera la pulsión primitiva de la sexualidad, el ser desenmascara la naturaleza, se encuentra con el vacío del cosmos dispuesto a la invención de los  valores de la voluntad, como en la revolución, a valores sin atajos, sin dramatismo;  el futuro antropológico se pone en juego, la lealtad y el respeto que nos debemos.

Se juegan valores superiores como el reconocimiento y el perdón.

Desde niño, recuerdo, busco un rostro. De tanto hablar a solas, de interrogar estas  imágenes, llego a mi madre. Escribo el inconsciente. Ella tendría quince años,  falda a cuadros y los cabellos al aire. Sin aditamentos, casi espíritu, pálida, sonríe  apenas. No tengo nombre en sus ojos. Lo que heredé fue el deseo de mi padre  al contemplarla, la busco. Nunca abandonamos un placer después de conocido,  a lo sumo lo sustituimos. Quiero una confidente, que a pesar de ser otros me  reconozca... al abrir los párpados y espantar el sueño, se entregará al error del  día. Sabrá que traiciono con palabras cobardes, no huyo del destino ¡Ya no se  cumple! Encontraré, por sendas sutiles e indirectas, lo que ellos sintieron: en la  desnudez el misterio palpitante.

Sabrá que aprecio la muerte y por eso la amo.


ALAN GONZÁLEZ SALAZAR
Pereira, Risaralda, 1987. Actor y dramaturgo. Cofundador de la revista Polifonía y del Premio Nacional de Poesía Universitaria El Quijote de Acero. Ha publicado poemas en la antología Tocando el viento (Corporación Cultural Luna de Locos, 2012); Poetas del Gran Caldas (Revista Santo y Seña, Musa Levis, 2013) cuentos y ensayos en las revistas Agenda CulturalLas Artes, suplemento literario del Diario del Otún; Polifonía y Luna de Locos. Premio Nacional de Novela Ciudad Pereira 2012, con la obra Anónimos.



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