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La trampa de la belleza
Jueves 12 de Septiembre, 2013


La trampa de la belleza

 

Por 
Gloria Inés Escobar
Licenciada en Español y Comunicación Audiovisual.
Magister en Comunicación Educativa.

 


Dostoyevski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas.  (En elogio de la dificultad de Estanislao Zuleta)

 

Una de las muchas cadenas que atenazan a las mujeres y que por supuesto son un obstáculo para su liberación, porque a pesar de lo que se diga y del sentido común, las mujeres siguen ocupando en este mundo, un papel subordinado en todas las esferas de la sociedad, es la obsesión por ser bellas.

Y claro, esta obsesión como cualquiera otra que se invente, es alimentada por todos los medios al servicio del arrollador poder que el capitalismo tiene, en este caso, la publicidad y sus amplificadoras cajas de resonancia: la televisión y la internet, principalmente, para hacer de tal obsesión un negocio muy jugoso y, de paso, mantener a la mujer envuelta en una red azucarada y rosa de la cual es casi imposible salir.

Resulta curioso echar un repaso por los comentarios y opiniones que en todos los ámbitos se hacen en torno a las mujeres. Si se habla de ellas como escritoras, periodistas, jefas de Estado, políticas, científicas… hasta llegar a las simples novias y amigas de los hombres que nos rodean, el comentario infaltable al final después de haberse hecho otros, es “y es muy bonita” o su contrario. Es como si la belleza no solo fuera un atributo exclusivo de la mujer sino además el más importante. No importa tanto si la mujer es inteligente o no, eso es secundario, al final siempre termina resaltándose el hecho de ser bonita o no, es decir, su atractivo sexual.

Por supuesto, en una sociedad que cada vez más vive de las apariencias, muchos hombres han entrado a ser parte de esta carrera loca por alcanzar la belleza, y lo que generalmente ella trae aparejada, el éxito y el dinero, a cualquier precio. Sin embargo, las mujeres, de lejos, ocupan el primer lugar en competir en esto. Ya no es solo que como lo afirma la escritora Natasha Walter en su libro “Muñecas vivientes. El retorno del sexismo” que “vivir una vida de muñeca parece haberse convertido en la aspiración de muchas jóvenes, que en cuanto salen de la infancia se embarcan en el proyecto de conquistar la imagen teñida, depilada y bronceada de una Bratz o una Barbie a base de arreglarse, ponerse a dieta e ir de compras”.

Ya no, repito, basta con esto. Las mujeres no esperan hasta salir de la infancia para iniciar esta búsqueda, ahora muchas niñas desde 3 años en adelante en algunos casos, son obligadas por sus madres, a internarse en el mundo del glamour y la belleza, son empujadas a parecer muñecas y a actuar como tales. Muchas mujeres desde la más temprana edad son adiestradas para convertirse en cuerpos perfectos, rostros hermosos y cabezas huecas, es decir a convertirse en lo que la sociedad espera de ellas, muñecas vivientes, objetos de consumo y desecho.

Princesitas, el programa del afamado canal Discovery Home and Health, muestra paso a paso la transformación de niñas en muñecas, el entrenamiento que reciben y la disciplina a la que son sometidas por sus familias: largas sesiones de maquillajes, clases de modelaje, prueba de vestidos, preparación del desfile… en fin, todo lo que tiene que ver con el mundo fashion en el que lo único que interesa es la apariencia, lo demás sobra.

En otra escala pero con resultados igual de perversos, convencer a las mujeres que son objetos y más valiosos entre más bellos sean, es una rutina que se realiza en millones de hogares comunes y corrientes en los que a las niñas se les anima y aplaude el que desfilen como modelos, el que se comporten como “mujeres grandes”, el que parezcan como tiernas muñecas, frágiles y mimadas, el que posen graciosamente, el que se preocupen por su figura, etc. generando en ellas la temprana preocupación por lucir “atractivas” y la certeza que su valor está en su cuerpo y en su cara.

De allí en adelante, las mujeres ya completamente entrenadas, empiezan su propia carrera por ajustarse al prototipo de moda; las medidas exigidas por los cánones de belleza se convierten en la meta a alcanzar y para ello hacen todo lo que sea necesario para lo cual lo único que requieren, es dinero, porque las ofertas de cirugías de toda especie están a la orden del día, inclusive aquéllas que prometen reformar las formas más íntimas para que éstas resulten mucho más atractivas. Ahí en esta carrera se activan entonces negocios conexos como la prostitución, la pornografía y otras formas de obtener dinero rápido y “fácil” para fabricarse el cuerpo necesario y así alcanzar lo que tanto se desea, pertenecer al mundo de las muñecas, acceder al mundo de fantasías que éste promete.

Se enseña pues que lo que nos venden como éxito –el dinero y la fama- tiene un camino ya trazado para las mujeres: la belleza, su atractivo sexual, su apariencia física, no su talento e inteligencia, eso queda reservado para el mundo de los hombres, así lo que en las mujeres es prioritario, en los hombres es secundario lo cual trae como resultado un mundo dirigido por hombres y adornado por mujeres. De ahí que no resulte gratuito que las mujeres sueñen desde pequeñas en convertirse en reinas, máximo galardón que certifica la consecución de la meta mientras los hombres se dediquen a cultivar sus capacidades físicas y/o intelectuales.

Así encontramos reinados de todo tipo y para toda edad. No importa inclusive que la belleza solo sea un espejismo o un recuerdo del pasado, lo importante es tener entre los haberes, un título de reina que cumpla el sueño, aunque sea tardío, de haber alcanzado el mayor logro al que puede aspirar una mujer, la mayor aspiración que se ha establecido para ellas.

Pero por muy deprimente y grotesco que resulta ver a niñas convertidas a la fuerza en reinas adultas o presenciar ancianas transformadas en reinas bufonescas, con la ayuda de todos los artificios estéticos que se han creado para lograr esto, lo más doloroso es que desde el nacimiento hasta la muerte las cadenas de seda que se le ponen a las mujeres, llegan a ser tan amadas que no solo no logran considerarlas como tales sino que además las lucen con orgullo y las defienden con ardor. La belleza es una trampa mortal que se ha tejido para mantener a las mujeres alejadas de los asuntos realmente importantes y decisivos de la sociedad y dejarlas atrapada en las fangosas aguas de la sumisión.
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