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Enemigo equivocado
Miércoles 31 de Julio, 2013


Enemigo equivocado

 

 

Por 
Gloria Inés Escobar
Licenciada en Español y Comunicación Audiovisual.
Magister en Comunicación Educativa.


Fotografía: Víctor Galeano

 

 

Con mucha frecuencia suele ocurrir que no reparemos en que todo aquello que usamos ha sido elaborado por alguien, un ser humano anónimo para nosotros, sin nombre, sin rostro, sin sexo, sin edad, sin historia; en muchos casos, mal alimentado, peor vestido, con una salud siempre en deuda y atrapado en la pobreza; quien además en muchos casos ha trabajado 14, 16 e inclusive 18 horas al día, en pésimas condiciones laborales, bajo acoso sexual, constantes humillaciones y casi siempre cobijado por la amenaza del despido y la certeza del hambre.

Celulares, ropa, muebles, aviones, cosméticos, muñecos, puentes, estadios, edificios, casas… todos estos objetos tan diferentes entre sí, tienen en común contener trabajo humano anónimo, trabajo que es en realidad el que genera la riqueza y la prosperidad de la que solo gozan quienes se apropian de él y su producto. El trabajador, sobre todo aquél que se halla en la base de la pirámide de la sociedad, la más árida y extensa, a pesar de ser el creador de tal riqueza siempre queda con el cuerpo roto, las manos vacías y sus sueños pospuestos. Así, millones de personas en el mundo en muchos casos desde la niñez, viven sin poder disfrutar de lo que ellos mismos fabrican o hacer uso de aquello que ayudaron a edificar; producen toda una vida hasta quedar consumidos física, mental y moralmente sin quedar con nada al final, salvo su pobreza.

Estos seres anónimos de cuyo lomo se levanta el desarrollo y el progreso, jamás gozado por ellos, del que se benefician unos cuantos, son además de invisibles para muchos de nosotros, criminales a los ojos de los poderosos y como tales son entonces perseguidos, humillados, despojados de lo poco que tienen y, hasta, eliminados.

Los mineros artesanales en nuestro país corren hoy esta suerte a nombre del desarrollo económico que con bombos se anuncia traerá la dichosa locomotora minero energética. Ellos, los mineros tradicionales, gente pobre que vive al día y sin sus necesidades básicas cubiertas en muchos casos, son hoy para el gobierno los criminales contra los que hay que dirigir las baterías afiladas de la justicia. Una justicia que a punta de normas, decretos, resoluciones y artículos hechos a la medida de las grandes y responsables empresas mineras sepulta la posibilidad de que los mineros artesanales por la senda siempre limpia de la legalidad puedan continuar con su trabajo, y por el contrario garantiza la explotación a gran escala de las esas sí bien protegidas multinacionales.

Ante esta cruzada de legitimación de robo y destrucción consuetudinario por parte de la gran minería, el gobierno poco a poco va aplastando la presencia indeseable de cientos de mineros pequeños que si bien son ilegales no son los criminales que se afirma son. El verdadero criminal no es el pueblo que trata de sobrevivir arañando con sus manos los recursos de la tierra, este no es el que va destruir el medio ambiente de un solo tajo y con la bendición de las leyes; el verdadero criminal debe buscarlo el gobierno en sus propio seno y en su propia clase social, en aquellos que visten de corbata, toman whiskey y compran con su dinero todas las conciencias necesarias para saquear a pleno sol; los mineros criminales no se visten de harapos ni sudan su propio olor al ritmo de la pica y la pala, ellos muy perfumados se mueven como peces en el agua en los clubes, hoteles y oficinas ministeriales.

Los mineros criminales no son los que doblan su espalda más de ocho horas al día, ni tienen la piel dura y curtida por el trabajo, ni sus cuerpos han sido templados por el sol y el agua; los mineros criminales no pasan horas interminables metidos en socavones donde falta el aire y el sol es un espejismo, ni se ven obligados a permanecer con su cuerpo sumergido en el agua hurgando en los ríos lo que el agua arrastre; los mineros criminales no tienen que contentarse con lo poco que ganan, ni llegar al fin de semana con lo escaso para no morir de hambre ni de tristeza. Los mineros criminales no tienen que esperar a que la muerte les llegue cuando la sociedad les debe todavía todo. El enemigo al que hay que perseguir no es el que no tiene nada y lo necesita todo.

El verdadero minero criminal es quien en nombre del progreso arrasa sin contemplación con seres humanos y recursos naturales; es quien se viste de etiqueta, reparte limosnas, regala falsas sonrisas  y engaños en un solo paquete, habla bonito y fluido sobre la prosperidad y el desarrollo, anda abrazado con el poder político y cobijado por las leyes; usa siete lenguas de fuego para encantar a necesitados e incautos, para seducir al pueblo; utiliza su chequera para atraer vendidos y traidores, para mantener al gobiernos bajo su tutela, para someter las fuerzas de represión propias y ajenas a la defensa de sus intereses, para comprar profesionales que realicen estudios ajustados a sus deseos; el verdadero minero criminal no es anónimo, tiene nombre y apellidos que luce con orgullo, su rostro es conocido por todos pues se pasea por las portadas de revistas y páginas sociales, se pavonea por doquier con la seguridad que le brinda el poder que ostenta sin disimulo con la complicidad siempre a la mano de gobiernos lacayos como el nuestro.

No nos equivoquemos de enemigo.
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