En un mundo en el que la esclavitud sexual de millones de seres humanos, especialmente de mujeres y niños de los rincones más apartados del planeta no es combatida ni registrada por ningún gobierno, entre otras razones porque de ello derivan jugosas ganancias.
En un mundo en el que la esclavitud laboral tiene a millones de hombres, mujeres y niños de todos los países en franca explotación: jornadas de trabajo de 16 y18 horas al día, pésimas o inexistentes políticas de salud ocupacional, salarios de miseria que no alcanzan para cubrir las necesidades básicas, desprecio y humillación constantes, amenazas persistentes de despidos, contratos de trabajo por pocos meses, por semanas y aún por días, control riguroso y despiadado del tiempo utilizado para la alimentación o para realizar las necesidades fisiológicas, pagos y contrataciones a través de terceros con las cuales se eluden responsabilidades salariales y laborales, evasión por todos los medios posibles de la responsabilidad en los accidentes y enfermedades profesionales.
En un mundo en el que millones de inmigrantes de los países más pobres de todo el orbe trabajan bajo todavía peores condiciones que las ya mencionadas y sobre quienes pende todo el tiempo la amenaza de la deportación o la cárcel;
En un mundo en el que millones de campesinos son dejados a su suerte y desprotegidos de toda política estatal mientras sí se le ayuda a las grandes empresas agroindustriales, y en el que millones de jornaleros van de cosecha en cosecha trabajando bajo el duro sol o la inclemente lluvia, por un salario a destajo que a duras penas les alcanza para comer.
En un mundo en el que millones de seres alrededor del mundo trabajan en la calle haciendo lo que resulte, lo que puedan, vendiendo todo tipo de mercancías y productos también bajo la amenaza constante del desalojo, la persecución, el decomiso y el arresto.
En un mundo en el que millones de mujeres trabajan desde la madrugada hasta bien entrada la noche en el cumplimiento de su doble jornada de trabajo, la laboral y la doméstica, y otros tantos millones trabajan sin descanso los siete días de la semana en las labores del hogar sin obtener ningún reconocimiento social y salarial por esto, o las otras millones de mujeres que trabajan como empleadas domésticas bajo las órdenes, en muchos casos, de personas que no sólo las humillan y maltratan sino que además las acosan sexualmente.
En un mundo en el que millones de mujeres y niños se ven lanzados a la prostitución como único recurso para sobrevivir.
En un mundo donde brotan como por generación espontánea millones de desocupados.
En fin, en un mundo en el que millones de trabajadores, productores de la riqueza en que algunos se ahogan, son pisoteados, o para decirlo en palabras de Dostoyevski, humillados y ofendidos, viven como parias recibiendo las migajas de quienes se han adueñado de todo, en un mundo así, uno esperaría que fueran muchos más los millones de personas quienes salieran a la calle un primero de mayo, el día internacional del trabajo y por extensión, el día de todos los explotados del mundo.
Uno esperaría que muchos no se quedaran mirando en los balcones, en los andenes, o en las plazas como espectadores mientras otros marchan; uno esperaría que muchos no se quedaran en los cafés, en las casas o en cualquier otro lugar sino que estuvieran marchando en la calle, denunciando su situación, expresando su inconformidad, exigiendo sus derechos.
Uno esperaría menos pasividad, menos tolerancia, menos apatía.