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Las piedras en el zapato



Las piedras en el zapato

 

 

Por 
Gloria Inés Escobar
Licenciada en Español y Comunicación Audiovisual.
Magister en Comunicación Educativa.

 

 

 

Una fecha conmemorativa cumple la función de recordar, de rescatar del olvido hechos que han marcado de manera especial la historia; hechos significativos y trascendentes que se toman como puntos de quiebre en la continuidad de la vida. El  8 de marzo, es una de estas fechas. En la historia de la lucha de las mujeres este día recoge diversas reivindicaciones que provenían de diferentes lugares geográficos y clases sociales: derecho al voto, al trabajo, a mejores condiciones de trabajo, a la propiedad, a participar en la política, etc., reivindicaciones que se venían reclamando por diversos medios, marchas, huelgas, tomas de instituciones, agitaciones en plazas, reuniones, y que finalmente terminaron recogidas en la propuesta de fijar un día para recordarlas y continuarlas, propuesta que partió de las mujeres socialistas hace más de un siglo.

Desde entonces este día cada año es para las mujeres una ocasión de recordar estos reclamos y un compromiso para renovar la lucha, lucha que sigue siendo hoy tanto más necesaria en cuanto más se pregona su inutilidad, su anacronismo. Y es que si bien en abstracto pudiera pensarse que las mujeres hemos obtenido el reconocimiento de nuestros plenos derechos como seres humanos y vivimos en un mismo plano de igualdad de condiciones que los hombres, esto en lo concreto sigue siendo difuso y engañoso. 200 años después que una mujer inglesa, Mary Wollnstonecraft, afirmara que las mujeres parecieran dedicarse más a sacar brillo a sus cadenas que a tratar de sacudírselas, dicha sentencia tiene hoy, tristemente, total validez.

Y esto es así precisamente porque la lucha por la liberación femenina aunque no es un camino parejo y de igual recorrido para las mujeres por cuanto no todas parten del mismo punto debido a las numerosas diferencias que las separan, clase social, origen étnico, grado de educación, principalmente, sí está cobijado por un mismo techo. En otras palabras, pese a las diferencias de intereses, necesidades y posibilidades que animan a las mujeres a luchar por su emancipación, todas están limitadas por unas cadenas invisibles que arrastran muchas veces sin ser conscientes de ello. Cadenas que no olvidemos,  brotan de las entrañas mismas de un sistema social asentado en todo tipo de divisiones entre sus miembros.

Me refiero a las ideas que el patriarcado, hijo orgulloso y legítimo de una sociedad divida en clases, ha sembrado y cultivado en la mente de hombres y mujeres; ideas que cobran fuerza, incuestionabilidad y poder cuando se visten con el inofensivo pero opresivo ropaje de la religión, la costumbre, la normalidad y la seudociencia. Todas las mujeres, repito nuevamente, a pesar de sus diferencias, cargan sobre sí, o debería decir dentro de sí por cuanto dichas ideas están profundamente arraigadas en su mente, unas silenciosas pero no menos pesadas cadenas que no le permiten avanzar en pos de su liberación. Miremos brevemente.

La religión, todas sin excepción, es una pesada camisa de fuerza que se ha puesto sobre los seres humanos, especialmente sobre las mujeres, a quienes rebaja al papel de simples reproductoras, siervas al servicio del hombre y seres sin posibilidad de opinión. Una mínima muestra (Pablo a los Efesios, 5: 22-24: Las casadas están sujetas a sus propios maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo y  y él es su salvador. Así que como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo están a su marido en todo. Y otra, ésta de El Corán (libro sagrado de los musulmanes): Los hombres son superiores a las mujeres porque Alá les otorgó la primacía sobre ellas. Por tanto, dio a los varones el doble de lo que dio a las mujeres. Los maridos que sufrieran desobediencia  de sus mujeres pueden castigarlas: abandonarlas en sus lechos, e incluso golpearlas. No se legó al hombre mayor calamidad que la mujer.

Esta cadena no es un pequeño enemigo para la liberación de las mujeres si se piensa en el enorme poder que las ideas inventadas y difundidas por la religión, tienen en la vida de los seres humanos. Unas ideas bastante apropiadas para afianzar el orden patriarcal al cual le da un carácter sagrado.

Si acudimos a las tradiciones también encontraremos un obstáculo gigante puesto que ellas cumplen el papel fundamental de mantener en estabilidad, permanencia y vigencia toda una serie de prácticas e instituciones que no hacen más que reforzar un estado de privilegios para los hombres. La familia, como ya se ha demostrado hasta el cansancio es una de tales instituciones. No olvidemos que es en su sagrado seno, el mismo en el que se viola, se maltrata y se oprime a mujeres y niños, donde se aprenden inicialmente los roles establecidos para hombres y mujeres. La feminidad, la delicadeza, la belleza, la incapacidad, la vulnerabilidad… son valores que se repiten una y mil veces a las niñas mientras que la valentía, el arrojo, la fuerza, la intrepidez, la osadía... son alentadas a cultivar en los niños; y una cosa fundamental, en éstos se exalta la inteligencia mientras que en las niñas, la belleza. De ahí en adelante las relaciones entre hombres y mujeres están regidas por el cumplimiento a cabalidad de cada rol en un conveniente modo de dejar las cosas como siempre han estado, como es natural y normal que sean.

Aquí también valdría la pena mencionar los miles de dichos populares que no hacen más que ir de boca en boca y de cerebro en cerebro, reforzando de manera breve, simpática y simple, todo un ideario retrógrado, agresivo pero muy eficaz para mantener el estatus quo: a la gallina y a la mujer le sobran nidos donde poner/A la mujer bella y honesta, casarse poco le cuesta/A la mujer casta, Dios le basta/A la mujer y a la cabra, soga larga. Pero sin perderla de vista…,

los poemas melosos, insulsos, babosos que repiten frases de cajón que cada año por esta fecha o por el día de la madre, se reeditan en tarjetas y mensajes de supuesto halago y admiración hacia las mujeres: El hombre, es la más elevada de las criaturas… la mujer, el más sublime de los ideales/El hombre tiene la supremacía… la mujer la preferencia/La supremacía significa fuerza… la preferencia significa el derecho/El hombre es el águila que vuela… la mujer, el ruiseñor que canta…,

o las lustrosas ideas de pensadores, algunos muy afamados como Rousseau, que predican cosas como que la educación de la mujer habrá de ser organizada con relación al hombre. Para ser agradable a su vista, para conquistar su respeto y su amor, para educarlo durante su infancia, cuidarlo durante su madurez, aconsejarle y consolarle, hacer su vida agradable y feliz; tales son los deberes de la mujer en todo momento, y esto es lo que hay que enseñarle cuando es joven (El Emilio).

Y para finalizar, algunos estudios “científicos” que se publicitan por todos los medios posibles, estudios que demuestran que efectivamente las mujeres poseen menos capacidades intelectuales que los hombres con lo cual se justifica que sean rechazadas o limitadas en los campos de mayor exigencia intelectual. Recordemos el ya famoso caso del rector de la universidad de Harvard, Lawrence Summers, quien en 2005 (http://edant.clarin.com/diario/2005/01/19/sociedad/s-02615.htm) dijo que la mujer es menos capaz en ciencia y que los hombres superan a las mujeres en matemáticas, todo ello justificado por las diferencias biológicas que tenemos. Argumentos utilizados permanentemente por todos aquellos defensores del determinismo biológico, aquella teoría que plantea que el comportamiento y capacidades humanas son producto directo de la biología, olvidando que los seres humanos además de ser seres biológicos somos seres culturales, construidos como tales socialmente, es decir, en la interrelaciones que establecemos entre nosotros mismos.

Bien, todas estas ideas, y otras más, enseñadas y repetidas por todos los medios posibles, han sido interiorizadas por las mujeres a tal punto que no solo les resulta imposible ver el mundo de otra manera sino que se oponen a cualquier cambio por considerarlo sacrílego, anormal e inconveniente. Por eso mismo muchas mujeres siguen defendiendo un ideario que las oprime, que les limita su desarrollo como seres humanos plenos y que por el contrario las relega al papel de objeto sexual, de útil de trabajo doméstico y de reproductora. La mujer en el prostíbulo, en la casa o en la iglesia, he ahí los lugares a los que el patriarcado las ha relegado. He ahí su sitio, su lugar natural.

Puedo escuchar las voces de quienes dirán hoy todo ha cambiado, que las mujeres trabajan y son independientes, es cierto y no se niega, pero lo que no se termina de decir y de pensar en primer lugar, es que el patriarcado ha abierto la puerta al trabajo para las mujeres pero en las condiciones y medidas de sus exigencias: cuando lo ha requerido las ha llamado a las fábricas y empresas (incluso a los niños), pero siempre en condiciones de mayor precariedad y menor remuneración que la que les da a los hombres; cuando no, las ha devuelto a sus hogares a que sigan cumpliendo con un trabajo, indispensable para el mantenimiento y conservación de la especie, no valorado ni económica ni socialmente; y además las ha utilizado, hoy con mayor agresividad, como objetos de placer, como mercancías que se alquilan o se venden, sacando de ello jugosas ganancias. En segundo lugar la independencia económica que muchas han efectivamente logrado, no ha garantizado su independencia emocional, afectiva y hasta intelectual, precisamente porque existen esas cadenas invisibles que he mencionado de forma tan breve y que se remozan continuamente para aparentar una supuesta igualdad que no existe.

Por todo lo anterior es necesario continuar la lucha, la individual y la colectiva, con ello ganaremos no sólo las mujeres sino la sociedad entera.

 



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