La biblioteca Ramón Correa Mejía sirvió como testigo de nuestro encuentro, no es la primera vez que arribamos allí en busca de tranquilidad para hablar de temas importantes. Una petición del cuerpo de seguridad indispuso el humor de este personaje quien argumentó ser un visitante asiduo del recinto. No prestó atención a la petitoria y siguió como lo hace habitualmente. Buscamos un lugar apartado donde poder comentar infidencias del pasado. Una gran ventana nos permitía visualizar la plaza cívica de ciudad Victoria, que precisamente a esa hora era penetrada por un sin fin de transeúntes. Por estar a puertas de las fiestas de la cosecha, el centro cultural Lucy Tejada acomodaba una bandera de Pereira, por lo cual, debimos suspender la conversación para permitir que la enlazaran de una esquina del salón. Por fin el señor Luis Enrique Giraldo Arias, nacido en Pereira el 3 de Noviembre de 1945, se disponía de manera cordial y libre, a relatar con gran particularidad detalles de su pasado. No había limitantes para hablar, sus anécdotas y experiencias llenaron la memoria de mi dispositivo, sin embargo la conversación siguió fluida y sin mayores percances.
De ojos tristes y llorosos, sus cabellos cenizos y bien peinados, revelan el paso de los años. Preciso, pausado y un sonido tenue al hablar. Hincha acérrimo del Deportivo Pereira, idealista, sindicalista, polémico con la clase dirigente de la región. Generoso, de ceño adusto y recto hasta la muerte. Aficionado a las letras y al arte, no teme materializar sus pensamientos en libros dedicados a su Pereira natal. Con profundas tristezas en cuestiones familiares, toma su pasado para hacer más amena la entrada en vigencia de este presente con síntomas futuristas; se le ve por las calles de Pereira caminar, no sin antes saludar a un centenar de conocidos, todos estos amigos del ayer y del hoy pereirano.
Influenciado por su padre, cuentero además, se lanzó sin más premuras en el campo de la escritura con su libro: “Más allá del Matecaña”, editado y publicado en el año 2.000, el cual es un relato enmarcado en la historia de Pereira y eventos de su fundación, todo esto a partir de las historias y experiencias de su abuelo, argumenta el escritor. Aunque no tiene ningún título académico, más que de bachiller, posee el don de la remembranza, la tenacidad de un guerrero y una peculiar forma de contar de manera escrita, sucesos que solo habitan la memoria de la gente mayor de este pueblo. Para seguir con esta línea, se aventura ahora con “Pereira 150 años. Cronología de una raza” el cual planea publicar el próximo año, en conmemoración del sesquicentenario de la ciudad. En este relata a manera de crónicas la fundación de Pereira, los sitios importantes; habla del Tranvía, Megabus y el cambio cultural de la ciudad. Además, cuenta también con hermosas crónicas, que nos hablan de sus antepasados, personajes todos ellos importantes para la construcción de la ciudad.
Este libro es escrito a partir de su retentiva que mana como un río crecido y que no se detiene frente a ningún obstáculo. Entre su trasegar por el mundo, cuenta con dos viajes a Europa que le sirvieron de mediadores entre dos mundos incompatibles, ya sea por el aspecto cultural y social que permearon su pensamiento haciéndolo un hombre radical en sus decisiones. Hace gala de todo el conocimiento adquirido y lo plasma a manera personal en sus creaciones. Cuando habla de la Pereira de antaño no disimula su alegría, quiere que quienes osen leerlo, tengan una mirada en perspectiva de lo que ayer fue y ya no será jamás en cuestión de tradición y legados culturales, igualmente pretende que sus crónicas formen parte de un patrimonio escrito, vivido y sufrido por él y por los suyos, ya que estas crónicas son solo de los primeros ciento cincuenta años de una ciudad joven y con grandes expectativas para el futuro. Don Enrique pretende entonces recopilar este paso del tiempo en un hermoso libro, que dedica a sus ancestros y que dirige a sus coterráneos.
Pasaron más de tres horas, y aunque no era la primera vez que conversamos, si era la primera en que me permitió guardar su imagen para la elaboración de esta crónica, además con cada palabra pronunciada guardaba un recelo casi meticuloso para no decir palabras ni nombrar personas a quienes pudiera ofender. Es así como se forjaron los hombres del ayer, mesurados para hablar, con tentáculos de hierro para la amistad y sumergidos en una sociedad de principios y valores. Para terminar, me relató su primera vez con una mujer de la zona, sudaba eso sí, igual o más que ese día, creyendo que mis oídos estaban poco preparados para oír dicho suceso, recuerda la calle, la hora, el acompañante y hasta la sensación que sintió, todo esto producto de una gran inexperiencia en estas lides del amor y del sexo, se ha dicho por la época y la falta de información, al terminar solicitó que le excusara su modo de contar, “sólo soy un aficionado a contar experiencias” me dijo con un tono de vergüenza. Es allí donde uno como espectador toma fuerzas para abalanzarse a una obra escrita por un sujeto, que hasta ahora empieza a verse como un cuentero o cronista de la Pereira de ayer, de hoy, de todos. Al salir de la biblioteca no vio necesario despedirse, quedó que en una próxima ocasión sería mejor acudir al Banco de la República: “allí nadie molesta”. Dijo con voz agitada y en medio de una sinfonía de la retreta del lugar.