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La Florida, un corregimiento atrapado por el cine y la literatura
Martes 03 de Julio, 2012


La Florida, un corregimiento atrapado por el cine y la literatura

“Detengan a ese niño, atrápenlo” grita efusivamente el inspector de la estación del tren. Hombre de uniforme azul, singular bigote, pierna izquierda ayudada por un artefacto mecánico. Individuo amargado por las secuelas de la gran guerra. Damas y caballeros suben y bajan del tren. Él junto con su perro doberman abren paso en medio de la agitada estación parisina, corren tras Hugo Cabret; un niño huérfano, fascinado por las producciones de Georges Méliès y empeñado por reparar a un autómata. Hugo tropieza con la gente. Sabe que si lo atrapan será el fin. Una imagen ajena a la película me saca de la misma. Es una señora de contextura gruesa, también pasa corriendo delante de la proyección. Se conjugan entonces las imágenes. Por un momento imaginé que era parte del filme. Jóvenes en su bicicleta, niños correteando, pelea de perros, carros que piden el paso, toca correr las sillas para permitir el acceso. A mi lado escucho discretas risas, miradas absortas ante los cuadros del “Viaje a la luna” de Méliès, crujido de papitas. Descubro allí sentado en una banca de madera a Martín Abad, un artista de la región, fiel asistente a las proyecciones. Hugo Cabret, personaje principal de la película, contempla desde el gran reloj las cientos de historias que se tejen alrededor de la estación del tren, así observo las tantas historias que se pueden tejer mientras se ve un filme en el Cine Club La Florida.

Diego Alejandro Hoyos Ramírez, joven cinéfilo, coleccionista de Long Play y seguidor de “Buster Keaton” es oriundo de Guática, municipio de Risaralda. Es el dueño del Cine Club. Proyecto gestado hace tres años para la Florida. Corregimiento ubicado en la cuenca media del río Otún en el sector nor-oriente de Pereira. Allí todos los viernes en la noche instalan un telón y un video proyector en la calle, entre el colegio Héctor Ángel Arcila y el café Vino tinto. “Las programaciones de la ciudad son para la ciudad” profiere Diego, “por eso decidí abrir ese espacio para los habitantes de la Florida, especialmente para los niños, aunque confieso que es interesante ver gente que sube de Pereira a disfrutar de las películas” añade.

“Abandoné la charla sobre los filmes. Hay otro tipo de foro, antes o después de la misma, ni siquiera en el marco de la película, la misma charla se genera en la cotidianidad, en la vivencia del día a día, interactuando con los niños. Cuando se acercan y me preguntan por la próxima película o cuando ellos me hacen comentarios de las mismas.” Comenta Diego. Una canción de Louis Armstrong lleva el ritmo de la conversación. Los sonidos de la trompeta y el saxofón hacen más cálido el ambiente.

“yo soy muy romántico” declara Diego, al mismo tiempo hace un ademán con la intención seguida de aclarar la palabra “romántico”. “Cine 35 mm, el sucio de la cinta que se refleja en la pantalla, el peculiar sonido del rollo, solo en una sala de cine y sin crispetas” dice, mientras sonríe con sus ojos. Recuerdo un cuento de Andrés Caicedo “Destinitos fatales”, sobre un hombrecito que le gusta el cine y funda un cine club. Nos reímos. La conversación nos lleva a hablar un poco de Cali en las décadas de los 60 y 70, del devenir cultural de esta ciudad y de la marca que dejaron los apasionados por el séptimo arte. “Caliwood como lo llamaba el grupo de Cali; Carlos Mayolo, Luis Ospina, Andrés Caicedo,…” comenta entusiasmado. Ahora suena una canción de Adele “Rolling in the deep”.

Diego no sólo está a cargo del cine club, también tiene una biblioteca para la comunidad. Cuenta que un día decidió compartir sus obras literarias con los demás. Inició con 200 ejemplares, aproximadamente. Así nació su otro proyecto, seis meses después de abrir el cine club. Diseñó los avisos “Biblioteca”, “se reciben donaciones de libros” y los fijó en su tienda. Ahora cuenta con más de 2.500 libros. “Me gusta que se pierdan los libros” señala. Lo miro con sorpresa. Diego sonríe y me explica. “Cuando echo de menos algún libro, sonrío, eso significa que la biblioteca se está moviendo, porque sé que hay alguien que quiso ese libro para sí mismo… los libros no tienen polvo ni telarañas, por lo menos son ojeados”.

Tres estanterías de dos metros por metro y medio, y de siete niveles cada una están llenas de literatura universal, desde los clásicos griegos hasta literatura contemporánea. Colecciones amplias de Salvat y Oveja Negra. Entre otras editoriales. Con sus amigos ha organizado clubes de lectura. “Leer poesía al lado del río, viendo el atardecer en alguna montaña en medio de la lectura de algún cuento e incluso leer en la misma calle” relata Diego mientras mezcla su capuccino, un suave olor a canela emana de su taza. Hace frio.

Diego logró articular junto con el Colegio del corregimiento, el proyecto de servicio social, es decir estudiantes de último grado trabajaban para la comunidad a través de la atención al público en la biblioteca. Lamentablemente esta alianza no puedo continuar, no obstante la biblioteca sigue abierta a la comunidad. También en algún momento se generó un acercamiento con el programa Biblioteca Satélite. Dicho acercamiento dio pocos frutos. Sin embargo no son un tropiezo para continuar con la empresa de hacer soñar a través del cine y la literatura.

Observo la decoración del lugar; algunos libros sobre un baúl con adornos en cobre y cuero, la efigie de Buda en miniatura, una máscara tribal tallada en madera, la réplica de un cuadro bizantino de la virgen del “Perpetuo Socorro”. “Roxanne, you don´t have to put on the red light” suena la canción The Police. Mientras tomo café brandy, le pregunto a Diego ¿Usted va seguido a Pereira? Y responde “voy muy poco, no me hace falta, aunque bajo a Pereira para estresarme un poquito, llevo diez años viviendo aquí” Sonríe. Mientras hace el contraste de los citadinos que suben a la Florida para desestresarse.

Diego al igual que el personaje que visita de niño la casa de grabaciones de Georges Méliès quedó atrapado por la cinematografía, aunque confiesa que su encuentro con el cine fue un poco tardío. Tal vez, por eso lleva a la gente la magia del cine para que se disfruten y se familiaricen con el séptimo arte. Pero también él es un monsieur Labisse, el librero de la película “La invención de Hugo Cabret” quien presta u obsequia un libro.

Finalmente, nos despedimos con un abrazo y una fotografía. Diego recoge el telón, el video proyector, guarda las sillas rimax, además de la banquita de madera. Mientras piensa, quizá en la película para el próximo viernes. También me despido de la Florida con la intención de volver. Entre tanto recuerdo un fragmento de la película; Georges Méliès le dice al niño “La vida me ha enseñado que los finales felices solo existen en las películas”, Hugo Cabret le responde “La historia no ha terminado todavía”.

 

Por Sandra Muñoz
Fundación Portafolio Cultural
Por Sandra Muñoz
Licenciada en Español Y Literatura
Fundación Portafolio Cultural

 

 



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