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Pensamientos de gayolas
Lunes 21 de Mayo, 2012


Pensamientos de gayolas

 

 

Se equivocan quienes creen que la creación humana precisa de
Un sitio idóneo para que salgan las musas a fantasear.
A veces basta un desolado banco de un parque,
La precariedad de una pieza o el simple tropiezo de
Un lápiz deslizándose en una hoja blanca para descubrir
Un espacio soñado que antes no existía en la tierra.
Literatura en la cárcel, Reinaldo Edmundo Merchant.
Se equivocan quienes creen que la creación humana precisa de 
Un sitio idóneo para que salgan las musas a fantasear.
A veces basta un desolado banco de un parque,
La precariedad de una pieza o el simple tropiezo de
Un lápiz deslizándose en una hoja blanca para descubrir
Un espacio soñado que antes no existía en la tierra.
Literatura en la cárcel, Reinaldo Edmundo Merchant.






 

El día revelaba un aura flemática e infecunda, la cita -aunque pactada con antelación- no se consumaba, las rejas que sirven de custodias no permitían aún la penetración al recinto, un no por respuesta iba llenando mis bolsillos de fracaso, al pronunciar mi nombre se salpicó una sonrisa de soslayo en quien me atendió, reconoció mi habitual ansiedad por querer entrar allí y de nuevo sus preguntas tardaban mi destino; debí explicar un par de veces más el motivo de mi arribo a dicho lugar, nombraron a los altos directivos de Bogotá para hacerme recular, pero la razón era igual de grande a dicha ciudad y ya entrada en gastos esperé por mi salvador de turno. La espera obtuvo sus frutos, mi contacto – de 1.80 cm de estatura y ojos ladinos- se aproximó con su cálida sonrisa, e inmediatamente vislumbré la materialización del encuentro, a pocos minutos me encontraba de llegar a mi empeño final.

Nuevamente, una colectividad de internos detenían mi llegada, se mezclaban sonrisas, miradas, caras conocidas y frases de intimidación... “tranquila señorita (risa sarcástica) que aquí no hay delincuentes, los delincuentes están afuera, en las calles”, a diferencia de lo que sienten unos pocos con la entrada a la cárcel, como frío, miedo o animadversión, yo sentía euforia, éxtasis, tranquilidad y una satisfacción inmensa por volver a recorrer dicho espacio–camino recorrido no hace mucho con mi compañera de viaje y con grandes resultados-.

Continué mi camino con una risa un poco nerviosa –nunca me había sentido tan sola y tan acompañada como en ese momento-, un par de saludos más, besos, abrazos y por fin con la sociedad como cariñosamente Oscar Enrique Sandoval Alfonso suele llamar este encuentro de cómplices, un apretón de manos sin final y una incertidumbre de su parte inundaban el recinto.

Oscar es un hombre de tez trigueña, ojos de color indescriptible pero claros y brillantes, de  1.65 cm de altura, grueso y tan risueño que con sólo verlo inspira coquetería y familiaridad, es un personaje respetuoso y apacible, con un tonillo intercalado entre valluno, paisa e ibaguereño, presto para lo que venía; desea fervientemente tener acceso a libros que enseñen la cultura oriental pero no refuta de los libros que han pasado por sus manos y por su excelsa imaginación. Es guerrero, luchador, travieso, autentico, visionario y extremadamente objetivo a pesar de su situación

Nuestro encuentro se dio en el aula múltiple del área de educativas de la cárcel de varones de Pereira, el ruido era ensordecedor ya que los profesores del Clei (bachillerato para adultos) se encontraban en una agradable conversación en el salón colindante, por lo tanto decidimos trasladarnos hacia el aula de sistemas, estando allí abrimos la puerta del pasado y Oscar entre risas y suspiros decidió contarme una a una sus travesuras de joven; nació en La Tulia corregimiento del Valle hace 47 años, en un día frío como todos los de La Tulia, en una familia numerosa y en la cual ocupó el lugar del hijo menor, a los siete años su hermano mayor llevaba cartillas y aunque él no sabía leer, se divertía de cuando en cuando con las imágenes que éstas tenían; su madre falleció cuando sólo contaba con trece años y debió crecer al lado de su padre y de su nueva madrastra, al llegar a la cúspide del bachillerato decidió presentarse para ser policía pero un bus cargado de estudiantes de una universidad desvío dicho camino, se graduó de Tecnólogo Profesional Agropecuario y se profesionalizó en inmediaciones de la costa después de una larga temporada como administrador agropecuario de 40.000 hectáreas de terreno.

Decidió asentarse en Ibagué desde el año 93 y en este largo recorrido acumuló cinco matrimonios y unas cuantas hijas a las cuales ama profundamente, llegó a la cárcel por narcotráfico y ahora es plasmado en esta hoja como escritor de historias de carácter sicalíptico, habla de sus historias como relatos hermosos y aunque aún no termina de escribirlas se percibe que las lleva en la mente como si cargara un bolso atiborrado de libros los cuales ha leído al derecho y al revés, su inspiración ha sido el confinamiento en el que vive, los múltiples cuentos escuchados y la insatisfacción -que dice él- en la que viven las mujeres.

Aunque su esposa aún no conoce este proyecto, se siente entusiasmado, se retroalimenta con pensar que su socia (como afectivamente me llama) sigue allí pendiente de sus escritos para darle un toque femenino y hace énfasis en que este proyecto lo ha ido estructurando desde hace veinte años, aunque sólo ahora tomó la decisión de escribirlo; entre risas maquiavélicas e inocentes retoma el vuelo y me dice: “...Yo quiero que recuerde que no fue usted la que me escogió a mí, sino que fui yo quien la escogió a usted para compendiar este proyecto”, después de esas palabras trato de no perder el norte pero el hilo ha sido desprendido y la conversación gira en torno a su primer historieta, la cual un tanto subida de tono hace fantasear al lector, sabe que esos relatos lo viven día a día los hombres que para el arte de la imaginación sexual se las saben todas, me pregunta seriamente que si después de leerla me sentí con la libido encendida y le dije que esa respuesta la tenía mi acompañante de batallas.

Nuestra conversación llega a su fin, nuestros cuentos no pudieron ser acompañados por ninguna clase de bebida, ni siquiera un poco de agua que en dichas circunstancias avivaría ese momento de esplendor retórico, tomé una nueva historia de Oscar a la cual le faltaba aún la huella de una mujer, fue imposible concretar una nueva conversación, pero él un hombre con un futuro promisorio en la escritura de novelas eróticas no tiene tiempo que perder, argumenta que los días en la cárcel pasan lentamente, que sólo espera el día en que pueda ver en físico las ideas que asaltan su mente. Aprovecho este breve descanso antes del adiós final para motivar las ganas de este hombre anónimo -hasta ahora- de escribir, nos despedimos con gran tristeza pero con la esperanza de que un mañana próximo, estas historias conocerán la luz del día y Oscar por fin cumplirá su sueño de imbuir a los lectores en su mundo libidinoso y excitante.

 

















Por Bibiana Cortés Martínez 

Estudiante de Español y Literatura

Universidad Tecnológica de Pereira



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